La Espera - Cuento de Silvia Beatriz Giordano


                              
- ¡Sararís! - la mujer vocea mi nombre. Me pongo de pie para hacerme ver entre todas las que estamos sentadas en la sala de espera. Con la cabeza señala la puerta entornada a su derecha. - Entre y prepárese -  me ordena, cortante.

            La habitación cuadrada tiene la pintura blanca descascarada. Unas tablas adheridas a la pared hacen de banco y ocupan el ancho de las tres paredes. Tengo que prepararme. Me saco la pollera, la doblo y junto con el pullover la acomodo sobre uno de los bancos. Estoy asustada. A trasluz veo las figuras de dos personas que se mueven
detrás de la cortina que divide el cuarto del reservado donde está la camilla. La música alegre de la Mona Jiménez sobresale a las voces, ocultando las frases y apagando los sonidos. Me siento. Tengo frío.

            La espera que empezó a la seis de la mañana está por terminar. En un rato sabré lo que va a pasar. En realidad la espera empezó hace casi un mes, junto con la angustia y el miedo y ahora ya va a terminar. La angustia y el miedo, no. Sólo la espera. El ruido duro y metálico de las patas de un mueble arrastrándose en el piso, me hace
saltar del asiento. Espero temblando de frío a que se abra la cortina y aparezca el médico. Una risa corta seguida de un murmullo se burla de mi ansiedad. Las sombras se mueven hacia un costado y desaparecen.
Sigo esperando.

            Seguro que me va a decir que sí. Y yo voy a decir gracias doctor, y ahora cuando tengo que volver. Y él me va a contestar dentro de dos meses si no nota cambios. Como qué le voy a preguntar. Como pérdidas o dolores fuertes. O a lo mejor me manda los análisis y tengo que venir con la orina mañana y después a traerle el sobre. Y el Juan que no consigue trabajo. La doña no va a querer que le siga limpiando si estoy. Me va a decir que no quiere problemas y que busque otra casa. No voy a decir nada hasta que se note y voy a comer poco para que el chico no crezca mucho. En verano recién se va a
notar algo y el solero verde con elásticos es ancho. Puedo decirle que engordé y capaz que puedo seguir limpiando hasta los finales.
Estoy asustada. Tengo frío y el doctor no viene.  El Juan se va a poner loco si el doctor dice que estoy. No hay laburo y vos metiendo uno más en la casa, va a decir. No hay para comer y vos trayendo más gastos, va a decir. Como si yo sola lo hubiera hecho. Un crío no lo hace la mujer sola, Juan. Todo muy lindo pero al final yo tengo la culpa. Y eso que la asistente te dijo que usaras algo cuando no consiguiéramos las pastillas en la sala. O que no hiciéramos uso. Sos un bruto. No quisiste aguantar y ahora yo estoy acá, esperando con frío y dolor de barriga de tanto miedo.  Tengo que ir al baño. No hay
a quien preguntar y me voy  a  hacer  encima  cuando  me revise el doctor.  Sería una vergüenza que me hiciera encima pero la enfermera que me entró se fue a algún lado y ahí afuera están las que son como yo. Capaz que me salgo y viene el doctor y atiende a otra y yo me tengo que quedar esperando.
            Volvieron las sombras de la cortina.
            Me duele la panza. Tengo frío. Estoy asustada y una de las sombras se oscurece y mueve la cortina. Asoma la cabeza pelada y me mira.
- Vos sos... ¿Sararís? - pregunta mirando un papel que tiene en la mano.
- Sí -, contesto. Y quiero decir que tengo que ir al baño porque no me quiero hacer encima cuando me revise, pero se vuelve otra vez una sombra oscura atrás de la cortina.
Me pongo el pullover en la espalda y me imagino con la panza hinchada por el crío que se mueve y se enoja porque él también quiere hacer pis. Eso me dijo la Estela. El chico siente lo mismo que la madre y si estás nerviosa, él está nervioso. Si tenés hambre, él tiene hambre y que el Juan no fume cerca porque le hace mal. El Juan no fuma
porque no hay para vicios en mi casa, le dije a la Estela. Cuando consiga alguna changa, a lo mejor. Pero yo voy a usar la plata para comprarle ropitas. Esos enteritos de lana que venden en la tienda de la otra cuadra. Y hay que ver por los pañales y las batitas. Y pensar en la cuna, en una manta blanca y los escarpines y tantas cosas necesarias para el chico. El chico... Seguro se va a parecer al Juan. El pelo marrón oscuro y los ojos como bolitas de  chocolate. Y va a apretarme la teta cuando chupe la leche del pezón. La boca va a tener forma de corazón y la piel va a ser bien suavecita, como de seda. Y voy a llorar como la de la propaganda del champú cuando me lo den para darle de comer. Porque lo voy a querer mucho aunque el Juan no consiga trabajo y la doña me eche. Y aunque siga teniendo miedo. Eso no importa. Igual lo voy a querer mucho. Y el Juan también lo va a querer porque es el primero que tiene y va a ser varón, seguro, y va
a changuear con él cuando sea grande. Pero el chico va a ir al secundario, no como el Juan y yo que no fuimos. Claro que igual va a trabajar, no va a andar de vago como los pibes del barrio. Estudiar y trabajar para no andar con malas compañías. Y seguro que van a venir hermanos para acompañarlo. Porque todo va a andar bien y el Juan va a conseguir trabajo. Vos quedate tranquilo bebé. Vas a ver que todo va a andar bien. Mamá se va a ocupar de vos para que no tengas miedo ni te angusties porque te va a cuidar, sabés bebé, te va a alimentar y acariciar y mimar y querer mucho. Y no te va a dejar solo en la sala de espera del hospital, con frío y dolor de panza ni con ganas de hacer pis. Mamá siempre va a estar.
            La sombra levantó un brazo contra la cortina y la corrió a los tirones. El pelado me llama por el apellido y la enfermera se queda colgada de la tela, esperando que pase.
- Sentáte - me dice y agarra unos papeles, los acomoda en el escritorio y empieza a leerlos. - Hace dos meses fue la última? - pregunta sin mirarme y como no hablando con nadie.
- Sí - tengo que ir al baño, quiero decirle.
- Con la primera orina de la mañana y en ayunas. Presentáte en el laboratorio a pedir número. -  Deja los papeles cerca de la orilla para que los agarre y me mira. Recién ahora me mira y me da vergüenza decirle lo del baño. - Podés vestirte, no te voy a revisar. - 
            La enfermera abre la cortina y se queda colgada de la tela esperando. Me apuro a salir. El pullover está hecho un bollo sobre la pollera. Me visto y salgo rápido. Siento que estoy mojada. Seguro que se me escapó un poco de pis. El baño está por ahí nomás y si me aprieto fuerte casi que llego sin que salga más. No me puedo hacer acá en el medio del pasillo.
            Seguro que todos escucharon el golpe de la puerta cuando se cerró.
 No hay nadie. Me siento en el inodoro. Respiro con alivio. Tengo que secar un poco la bombacha. No hay papel y no tengo pañuelo y la luz es  pobre para ver el desastre.

            Hay una mancha roja en la bombacha. Una gran mancha roja. Me explota la angustia. Hay una mancha roja. Con ojitos de chocolate y boca de corazón. Hay una mancha roja. No puedo parar de llorar.

- FIN -
Silvia Beatriz Giordano - 08/03/2000

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